lunes, 26 de mayo de 2014

Lila

Cuando la vi por primera vez, en su cara estaba reflejado el parecido con su madre.
Sus rasgos finos, sus ojos románticos de mirada franca, sus labios breves. Aunque en grueso y tosco rostro, características de su padre, hombre robusto y desabrido.
De ambos genes surgió Eli, esta criatura de ya 16 años, un ser de gran tamaño y peso, con toques de dulzura. De cabellera larga color negro, donde, los que estábamos acostumbrados a ver y hablar con su progenitora, esperábamos ver pelo castaño y rulos graciosos.
Pensé, "tantos años de amistad y no conocía a su hija" Una bella niña, más por simpatía que por atributos físicos a diferencia de su madre. La pequeña era dueña de gran seguridad para la dialéctica. Vocabulario variado y perfecto. En esto se diferenciaba abismalmente de su madre y por esto era el orgullo de la familia.

El gran temor de Lila durante estuvo embarazada de Eli, no era a quién se parecería, sino, si iba a hablar bien o mal. O mejor dicho, si tendría desarrollado el sentido auditivo ya que ella, la madre, había nació y convivido con Hipoacusia. Sufriendo horrores para lograr hacerse entender y desenvolverse en el mundo. Hasta la llegada del audífono fueron angustiosos y largos los años leyendo los labios. Tal defecto, no entorpeció su duro crecimiento como persona, mas bien reforzó su carácter, tampoco quitó su belleza.

A todo esto, se le sumó, la relación tortuosa con su primer marido, con el que tuvo tres hijos.Por aquellos años, la pobre, vivía imbuida en su mundo silencioso. Y del amor, conocía sólo lo que su marido le había revelado. Hombre poco presente, poco cariñoso y ni hablar de  su escaso dialogo. Así y todo lo respetó y amó profundamente.

Lila, con sus ahorros de años tras años, tubo la bendición de adquirir los audífonos.
Un día, sin decirle a nadie, para que fuese una sorpresa se los colocó y preparó para la familia una rica cena. Quería saber cómo era escuchar, cómo eran las voces de sus seres queridos.
Ya alrededor de la mesa, Lila y los chicos esperando a papá. El que luego de una larga demora, llegó con un amigo al que invitaron que se sentara a la mesa.
Nadie había notado los aparatos un sus orejas, estaban bien disimulados tras su cabello. Se lo diría a los suyos cuando se fuera el desconocido.
La velada, transcurrió dentro de normal. Escuchó las voces de sus pequeños y sus risas; la voz de su marido, su tos y hasta el sonido de platos y cubiertos.
Todos hablaban, y cómo siempre nadie se dirigía a ella a no ser por algunas señas, claro ella no oía y ya estaba acostumbrada a estar aislada.
De pronto, el marido, cuando ella se dio vuelta para traer al fuente con más comida del horno, dijo:

- Cocina muy bien la sorda - y riéndose se burlaba de ella. Sus hijos presenciando tal denigración, sólo agachaban la cabeza tristemente y avergonzados.

Lila tubo la desgracia o la suerte de escucharlo todo claramente.
Se mordió los labios para no insultarlo y tirarle la comida por la cabeza. Porque si algo tenía era dignidad y educación.

Terminaron de comer. El extraño se fue y todos se acostaron a descansar como todas las noches. Ella pensaba, cuantos años había dado lo mejor a este hombre que no merecía nada y que evidentemente no la amaba.

Al día siguiente, valientemente, contó todo lo sucedido y exigió a aquel hombre que se fuera de la casa.Sin saber, que con esto y en el futuro su vida cambiaría.


Así, quedó sola, luchando para criar a sus hijos convirtiéndose en una madraza. Con los años, conoció a una nueva persona, un ser amable, sincero, amoroso que la respetó y con el que fue una gran señora, digna y valorada. De tal unión nació la pequeña Eli, que hoy gozaba de una mamá segura de si, feliz y hablando a la perfección.

Patricia Palleres


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